martes, 23 de abril de 2013

Cuando espero el bus me saludo con el hombre

que mendiga en el súper que hay junto a la parada. Es un rumano grandote, harapiento, que cuando no pide dinero está removiendo las basuras en busca de cualquier cosa con la que pueda trapichear y ganar unos céntimos.
Anoche, como siempre, salía con Coco a dar la vuelta a la manzana y tope con él frente a la portería.
--Hola guapa.
--(Susto, consecuencia directa de ir por la vida en modo zombie) ¡Ah, hola!
Y me brinda la gran sonrisa de siempre que nos saludamos.
Se acerca mucho. Mi fiera Coco olisquea pipís ajenos. Le devuelvo la sonrisa.
--¿Estás casada?
--Sí. (Ya, pero en aquel momento pensé que era la mejor respuesta. Como si no hubieran mujeres casadas desmembradas por los puertos del Mediterraneo).
--¿Tienes hijos?
Me asalta la sospecha de si, además de mendigar y recoger hierros viejos, el hombre tiene un tercer empleo como empleado del padrón.
--No --y sigo sonriendo mientras señalo a Coco, mostrándole la sustituta de la prole con la que mi marido imaginario y yo no hemos sido bendecidos.
--Yo tengo siete.
Me envío una nota mental: "Si me ofrece quedarme con alguno, di no".
--Y soy viudo, mi mujer murió, pobrecita.
Coco sigue a lo suyo un poco más lejos, metida entre los arbustos del parque. Ya veo que voy a tener que batirme el cobre sola.
--Ah --respondo sin perder la sonrisa, un poco tensa ya.
--Vivo con mi cuñada. Ella tiene ocho hijos, quince en total.
¡Sopla! Ahora ya se me ha pasado el susto y empieza a interesarme la historia. ¡Quince chiquillos!
--Yo te saludo siempre ¿a que si? --me pregunta sin perder la sonrisa.
--Y yo a ti también --por si las moscas.
--Pues la próxima vez que me veas, dame algo de dinero. ¡Quince hijos! --exclama tirando la cabeza atrás y mirando el cielo, negro como el carbón sin no fuese por los focos del Camp Nou.
Mi parte racional está a punto de responderle que no todos son hijos, y que tampoco hace falta tomar como misión vital repoblar la Tierra.
Pero mi parte emocional sólo puede pensar: ¡esto es marketing directo, qué caramba!
--Bueno... --señalo como una mema a Coco, que sigue a lo suyo--, me voy...
--Buenas noches guapa. ¡Te quiero mucho!
--Buenas noches, adios, adios... --y me meto entre los arbustos, a buscar a esa perra ingrata y cobarde.

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